Un sitio tan especial...
A escasos veinte kilómetros de Valencia... Un sitio tan especial, supongo que por eso siempre vuelvo, y lo retrato, lo respiro y lo disfruto, lo vivo...
De estampa tosca, se me antoja salvaje, levemente injerido por la mano, despierta el sentimiento atávico que junto al olor de mar y marjal influye en el ánimo marcando a fuego, edificante, balsámico, enigmático y por ello atrayente. Tan pequeño y escondido que se mantiene intacto, sólo regusto a hormigón de hace cuarenta años y una torrecita de los moros, y desde entonces poco ha mutado, provecto pero lleno de vida. Cada año palidece en otoño y renace en verano.
En la orilla, terreno huero, espejismo de las casitas de pescadores de antaño, de cuando llegabas plantabas y eso era tuyo, porque allí trabajaban, allí echaban sus redes y sus vidas, aquello era su puerto, y eso era razón y sustancia para levantar un techo. Así, sin licencias, ni permisos, por la ley más sabia y justa, la del sentido común.
Al norte de las torres blancas y azules, donde acaba lo estructurado, lo urbanizado. Contraste excesivo. Lo vertical y lo horizontal, símbolos de dos universos, tan juntos y tan distintos. Instantánea de una década, aquella en que nos deveníamos modernos, todo crecía, ilusión y esperanza. Preludio de la debacle, y es que parecemos condenados a no levantar cabeza, pero en fin, no es el foro.
Digo pues, días radiantes de playa y verbena, de sonrisa y canción del verano, de varietés trasnochadas que animaban la escena. Los abuelos de la guerra que disfrutaban en plenitud de una nueva promesa, satisfechos y canónicos destilaban orgullo sano viendo a sus hijos, nuestros padres, herederos de su legado. Y sus nietos, nosotros, inconscientes, felices, atrevidos, pendencieros, frescos e imaginativos, gamberretes del tres al cuarto campando a nuestras anchas al estilo de Los Cinco, revelando enigmas inventados. Somos la generación de Verano Azul y Los Goonies.
Imbatibles, mañana de deporte, mediodía de playa, tarde de bici y aventuras, merienda-cena con bocata de francesa y longanizas o hamburguesa o pechuga o que sé yo, la de aromas emanados de las cocinitas iluminadas de fluorescente, leves tras los cristales helados, en fin, noche de tonteo al son de la Lambada y rendidos a la cama. Así eran nuestros días de estío, despreocupados, intensos, intemporales, atrás las clases y septiembre siempre lejano. Allí donde las torres blancas y azules.
Sobre este lugar esta pieza, una video-creación cuyo origen es una filmación para evaluar una localización como escenario de un largometraje, las imágenes están tomadas en febrero de 2012 en la playa de El Puig en Valencia. En la pieza se apuntan tiros de cámara, movimientos, posiciones y escenarios para los diferentes planos previstos en el guión.
Grabado con Harinezumi Guru 2011 edition y Sony HDR-HC1E.